024. to burn a legacy ii

chapter twenty-four
024. to burn a legacy, part two

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ERA ESCALOFRIANTE.

Ver a Sokovia ser interrumpida de su vida diaria con sirenas y órdenes a través de intercomunicadores de legionarios de hierro pidiendo la evacuación de toda la ciudad. Los niños dejaron el colegio, la gente salió del trabajo con lo que llevaba a la espalda y el tráfico congestionó las carreteras y el puente donde estaba estacionada Pamela. Su corazón latía aceleradamente; ninguno de ellos sabía cuánto tiempo tenían antes de que Ultrón atacara, y con lo lento que se movía el tráfico, Pamela se ponía ansiosa.

Tras alejarse de la ventanilla de un automóvil, tratando de responder lo que pudiera a las preguntas que le hacía una familia, miró hacia el otro lado de la calle, donde el Capitán América caminaba en el extremo opuesto. Estaban dispersos estratégicamente lo más que podían. Wanda Maximoff dirigía la mayor parte de la evacuación, usando sus poderes de control mental para sacar a la gente de sus hogares y oficinas mientras su hermano corría por las calles para asegurarse de que la noticia llegara a todos a tiempo. Barton estaba más cerca de la ciudad, a unos metros de la iglesia donde Stark y Visión buscaban dónde se escondía Ultrón. Bruce buscaba a Natasha cerca de la antigua celda de HYDRA y Thor estaba buscando lo que sea que Ultrón estuviera tratando de construir.

No daban abasto. Pero cuando había superhéroes con superpoderes, trajes metálicos y una fuerza increíble, su pequeño equipo se convertía en un reducido ejército. Jamás en su vida Pamela pensó que sería considerada entre ellos: una Vengadora. Pero no iba a dejar que ese miedo y el ligero temblor de sus manos la detuvieran para ayudar a esa gente y hacer lo que pudiera para detener a Ultrón.

Jugueteó con su auricular e hizo un gesto para que el tráfico continuara. Pamela no sabía si regresaría, pero no significaba que no fuera a intentarlo. Tenía mucho por lo que luchar, mucho esperándola en casa. Nunca antes había tenido esa sensación de motivación y determinación... de esperanza. Una sensación de hogar.

Su mirada vagó hacia el otro extremo del camino y se cruzó con la de Steve. En el escalofriante caos, entre el sonido de las bocinas de los autos, la charla aterrorizada y la gente corriendo por el puente, compartieron un breve momento en el que todo desapareció, y cada uno solo quería saber si el otro estaba bien.

Guió suavemente a una mujer a su lado, dejándola continuar hacia un lugar seguro antes de deslizarse entre el tráfico para llegar a Steve.

Él se volvió hacia ella.

—¿Estás bien? —le preguntó suavemente.

Pam asintió. Miró a su alrededor, hacia la ciudad, con un terrible nudo trepando por su garganta.

—No vamos a sacarlos a todos a tiempo —susurró.

Tenía razón y sabía que Steve no quería admitirlo. Miró a la creciente multitud, preocupado. Frunció los labios y apretó la mandíbula con esa terquedad heroica que en tiempos Pamela había encontrado tan exasperante.

—Vamos a intentarlo —le dijo.

Pamela asintió. Respiró hondo y ese escalofrío no la abandonó.

—Esto... —no encontraba las palabras adecuadas—. Esto es mucho más grande que Nueva York... quiero decir, no hay extraterrestres pero...

—Sí, sé lo que quieres decir —murmuró el Capitán América. Volvió a encontrar su mirada—. Se siente diferente.

Respiró hondo, nerviosa. Recordó lo que sintió en la sala de comunicaciones justo antes de subir al Helicarrier: el peso de millones de vidas en su bolsillo y la idea de lo que les ocurriría si fracasaba. No había veinte millones de personas en Sokovia, pero el peso era el mismo ahora que las tenía delante de los ojos. Se estaba convirtiendo en algo personal.

—¿Cómo lo haces? —se encontró susurrando, y Steve frunció el ceño, desconcertado por su pregunta. La mirada de Pamela era suave e insegura—. ¿Cómo lo haces una y otra vez? Cómo vives con todas las expectativas... si fracasamos, toda esta gente morirá, y siento que me ahogo al pensar que cuentan con que los salvemos, con que ganemos.

—No fracasaremos —le dijo Steve, y ella se preguntó cómo podía sonar siempre tan confiado, tan seguro—. Porque...

—¿No tenemos otra opción? —terminó por él, un poco incrédula porque sentía como si esto sólo aumentara el peso que sentía sobre sus hombros.

Steve sacudió la cabeza y se inclinó un poco más, fijando su mirada.

—Porque no nos rendimos —corrigió.

Los nervios de Pamela se atenuaron. Enseguida comprendió por qué tanta gente seguía a Steve a las entrañas de las trincheras y hacia los disparos. Por qué el Dr. Erskine eligió a este chico menudo, escuálido, desnutrido, enfermo crónico, con asma, problemas cardíacos y todo lo demás que podía irle mal, permitirle alistarse y colocarlo en el programa de supersoldados. Comprendió por qué nunca habría otro Steve Rogers. Comprendió por qué, y no era porque fuera un buen soldado. Era un soldado pésimo, por mucho que intentara ser perfecto. Pero eso no importaba. En cualquier circunstancia, Steve Rogers era un buen hombre, y aquel supersuero no solo le hizo más alto y más grande, con un metabolismo mejorado y una fuerza superior a la del hombre medio; agrandó su corazón, duplicó su bondad, su devoción, su lealtad y su obstinada determinación. El suero del supersoldado había hecho aún más grande todo lo bueno que había en Steve Rogers tras ese escudo.

No llevaba puesto el casco. Había optado por quitárselo en cuanto vio las pintadas sobre la imagen del Capitán América en las calles donde había aterrizado el quinjet. La gente de allí veía el símbolo de su escudo y su casco como representaciones de matones que no hicieron otra cosa que intentar controlarlos. Steve no discutió, no les dijo que estaban equivocados, simplemente tiró su casco y ahora intentaba volver a ganarse de nuevo su confianza en él.

Era el mejor de todos ellos.

Pamela respiró hondo y su corazón latió con una calidez a la que todavía se estaba acostumbrando. Fue a decir algo, aunque todavía no estaba segura de lo que podría haber sido cuando un grito atravesó el aire tenso en el puente.

La Víbora Roja y el Capitán América giraron sobre sus pies, con los ojos muy abiertos mientras buscaban el grito en la espesura. El corazón de Pamela se apretó en su pecho y subió a su garganta cuando el asfalto explotó hacia arriba, y desde las profundidades del suelo, unas manos metálicas se agarraron al aire. Le siguieron miembros de aleación y, como zombies de acero, la legión de Ultrón se reveló. Salían del camino, de los arroyos y ríos, del cielo y trepando por los costados de los edificios, las murallas de la ciudad y volando hacia el puente. Salían de todas partes.

Las explosiones sacudieron la ciudad, los autos se desviaron y chocaron, la gente gritó y corrió en estampida hacia el puente y las llamas se elevaron.

Pamela compartió una última mirada con Steve antes de salir corriendo. Su corazón latía con fuerza: había comenzado, tan rápido y tan repentino, que no hubo tiempo para parpadear, ni tiempo para respirar, ni tiempo para asustarse al darse cuenta de que ella era carne y hueso luchando contra metal y hierro.

Sacó su ICER, apuntando mientras corría. Disparó y las balas especiales atravesaron el metal del legionario que flotaba sobre un adolescente vulnerable y su padre. La cabeza del traje de metal se dobló hacia atrás ante el impacto. Pamela volvió a disparar dos veces en el pecho y el traje chispeó. Levantó el pie y pateó en el momento en que estuvo lo suficientemente cerca, observando cómo tropezaba y caía por el costado del puente.

—¡Idos! —instó a la pequeña familia a ponerse de pie y alejarse del puente. Pamela vio regresar al legionario, mientras las llamas brotaban de sus manos y pies mientras volaba.

Pamela apretó los dientes y levantó su arma una vez más. Enroscó su dedo alrededor del gatillo y apuntó al centro del pecho del legionario. Dio en el blanco y se le cortó la respiración cuando presionó los controles del motor; el traje de metal chispeó y provocó un cortocircuito antes de caer al suelo.

Jadeó y rápidamente le golpeó la cara con el pie cuando volvió a cobrar vida. Después de eso no se movió.

Ese había caído...

Sólo faltaba un millón más.

Chocaron unos pies y se rompió el cristal del parabrisas de un coche. Pamela giró sobre sí misma. Jadeó y se agachó rápidamente. Unas feroces ráfagas de energía azul ardiente surgieron de la mano del traje metálico. Pamela corrió hacia el siguiente coche y se agachó tras la puerta abierta del conductor. La siguiente ráfaga rompió el cristal de la ventanilla y Pamela se cubrió la cabeza con los brazos. Los gritos resonaron a su alrededor. Esperó a que cesara el fuego para disparar su arma a través de la ventanilla rota.

El pulso eléctrico de la bala de dendrotoxina se alojó en el cuello del legionario. Se encendió, pero no fue suficiente. Pamela se agachó de nuevo y sintió que el calor le subía a las mejillas cuando la siguiente explosión estuvo a punto de alcanzar su cabeza. El traje de metal saltó y cargó contra ella, hasta que una flecha encontró un lugar en la cuenca de su ojo, y todo el traje convulsionó ante la carga eléctrica que surgió de su punta.

Pamela salió de su escondite cuando el soldado legionario se desplomó para ver cómo Ojo de Halcón la saludaba con la cabeza desde el otro extremo del puente. Ella le envió un saludo con un dedo a modo de agradecimiento.

Todavía estaban tratando de sacar a la gente del puente, especialmente con el ejército de Ultrón inundándolo. Wanda instó a la gente a pasar por delante de ella.

—¡Salid del puente! —gritaba, siendo cubierta por Ojo de Halcón, que aunque no tenía poderes, el metálico de los trajes no era rival contra su aguda vista y sus punzantes flechas.

Aunque Wanda Maximoff podía defenderse fácilmente. Cuando tres legionarios superaron la defensa de Barton, ella dio un grito ahogado y arqueó el brazo. La luz del sol se convirtió en un escudo rojo escarlata que bloqueaba toda la calle. Wanda aguantó, apretando los dientes y empujando contra las múltiples ráfagas que la sacudieron hasta los huesos, pero no lograron atravesarlo. Cuando tuvo la oportunidad de respirar, forzó el escudo hacia el exterior, y los robots se redujeron a la nada en cuanto lo atravesaron.

El Capitán América rompía androide tras androide con su escudo, arrancándoles las extremidades con las manos y pateándolos por el borde del puente. Por el rabillo del ojo, Pamela notó que él agarró uno y lo arrojó por encima, forzándolo contra el techo de un auto con nada más que su pura fuerza.

Apretó la mandíbula cuando ella misma fue empujada contra el costado de un automóvil. Luchó bajo el agarre del legionario frente a ella, y el dolor que le aplastó los hombros y lastimó su columna fue suficiente para hacer que su mirada se nublara, pero se obligó a permanecer despierta.

La Víbora Roja resopló por la nariz y consiguió agarrar su bastón. Apretó el detonador y la carga eléctrica roja llegó hasta la punta. Pamela lanzó un grito de rabia y golpeó el costado del androide con el bastón, que cayó sobre su hombro después de que éste la soltara.

Se metió bajo su brazo y giró su cuerpo, llevando consigo su bastón. Lo golpeó con saña en el pecho del robot. Dejó una quemadura hirviente en su armadura. De un salto, apoyó el pie en la pierna del androide y se impulsó para alcanzar su altura. Levantó el bastón y lo hundió en las rendijas azules del rostro blindado. El bastón lo atravesó y se clavó allí.

Pegada allí, la Víbora Roja giró un instante. Tensó el cuerpo para mantenerse en pie, se subió a sus hombros y se subió al legionario como si fuera un toro. Le rodeó el cuello con los brazos y lo obligó a retroceder. Pasaron a trompicones junto a Barton, que los observó por un momento, sin poder creerlo.

¿Estás...? Sabes que esas cosas no respiran, ¡¿verdad?! —escuchó en su auricular.

—¡Como si no fuera obvio, Barton! —espetó Daniels en respuesta antes de que su cuerpo se estrellara contra el ladrillo de los soportes del puente. Su cabeza dio vueltas. Después de esto iba a necesitar ibuprofeno—. ¡Mierda!

¡Cuidado con esa boca, jovencita! —escuchó a Stark.

En medio de la batalla, Steve le arrancó el brazo a un legionario y resopló, desplomándose por un momento en su exasperación.

¿En serio? ¿Aún seguimos con la bromita?

Pam siguió forcejeando con el traje metálico, intentando girar el bastón en el ángulo correcto.

—¡Steve, puede que necesite un poco de ayuda! —su voz estrangulada resonó a la izquierda del Capitán América mientras ella y el androide pasaban a trompicones. Fue a ayudar, levantando su escudo, pero entonces—: ¡Espera, no, creo que lo tengo, lo tengo, lo tengo!

Él resopló tras ella.

—¿Quieres mi ayuda o...?

¡Lo tengo!

—Vale, vale, ¡lo tienes!

El androide continuó intentando derribarla, sus manos volando salvajemente detrás de él, pero Pamela logró agacharse y evitar su agarre. Golpearon el costado del puente y la Víbora Roja logró sacar su bastón e intentó incrustarlo otra vez. Dio en el lugar correcto y el androide se detuvo. La luz de sus ojos se apagó y chispeó. Ella se rió, victoriosa.

—¡Jaja! ¡Sí! ¡Chúpate esa!

Luego se inclinó hacia atrás. Su peso adicional hizo que tropezara hasta el borde. Pamela se dio cuenta demasiado tarde.

—Oh, no... ¡Steve!

Justo cuando agarraba su bastón y lo soltaba, viendo caer al legionario, una mano se alargó y le agarró la muñeca. Pamela se quedó colgando durante un segundo y medio antes de que Steve tirara de ella con un brazo.

Se agarró al borde del puente y subió el resto del camino. Steve la ayudó a ponerse de pie y ella respiró hondo y lo miró.

—Creí que lo tenías —dijo con esa sutil picardía que era a la vez frustrante y hacía que el corazón de Pamela diera un vuelco.

La Víbora Roja oyó el ruido sordo de un legionario aterrizando detrás de ella y se agachó. Steve lanzó su escudo por encima de su cabeza y éste atravesó limpiamente el torso del robot. Ella sacó uno de sus discos eléctricos y lo lanzó mientras la cabeza y los hombros de la cosa intentaban abrirse paso hacia ellos. El disco impactó en la frente del androide, que sufrió una repentina convulsión debido a una ráfaga de corriente eléctrica.

—Pues sí —enfatizó mientras se agachaba nuevamente cuando el escudo de Steve giró en espiral hacia él. Se pegó a los imanes de su brazo. Pamela consideró sus palabras y luego añadió—: En parte.

Suspiró y apretó una creciente punzada en el costado, viendo cómo toda una nueva oleada se abría paso hacia ellos y el caos en el puente. Pamela cerró los ojos brevemente, frustrada, dolorida y con ganas de dejarse caer. La Víbora Roja miró al Capitán América.

—Creo que prefiero los aliens a esto. A ellos sí los puedo apuñalar —murmuró antes de respirar hondo por última vez y salir corriendo hacia el pequeño ejército de robots con Steve detrás.

Lucharon juntos en medio del caos. Por un momento irónico, todo lo que HYDRA enseñó a La Víbora Roja a través de S.H.I.E.L.D. inundó su mente con su desesperada necesidad de seguir viva. Cada burla despiadada de Grant Ward y otros agentes de Operaciones cuando luchaba en el tatami y cada dura lección que aprendía sobre el terreno, las combinaba todas con el recordatorio de Coulson de por qué hacía todo esto. Por una vez, sintió que todo por lo que había luchado y por lo que había pasado tenía sentido; por fin sintió que le había dado un propósito.

Combatía por su cuenta, golpeando y clavando sus bastones con su despiadado pulso eléctrico rojo que chisporroteaba con un veneno que igualaba su agresividad; pulsaciones rojas se convulsionaban a través del metal de los trajes legionarios de Ultrón cada vez que uno de sus discos se enganchaba a su armadura como colmillos que se clavaban en su piel, y sus balas de dendrotoxina con su mordedura eléctrica lanzaban su veneno a lo más profundo de su sistema, devorándolos por dentro. Si era lo bastante veloz, las usaba contra su propio ejército. Se subía a sus hombros, les clavaba su bastón en la base del cuello y les obligaba a ir en la dirección que ella quería, enviando sus pulsantes ráfagas a otro legionario que se acercara demasiado.

Todo era borroso. Daniels no podía contar las veces que de pronto se encontraba espalda con espalda con Steve, luchando a su lado como habían hecho incontables veces en S.H.I.E.L.D. Retomaron la relación de trabajo que tenían como si estuvieran en una misión, encargados de acabar con los hostiles y utilizando la misma técnica que habían adquirido casi de forma natural incluso cuando por aquel entonces no se soportaban mutuamente. Usaban el escudo del Capitán América indistintamente. Steve cortaba y luego lanzaba. Pamela lo atrapaba y lo descargaba sobre el siguiente traje metálico antes de hacerlo girar hacia él. Él remataba con un poderoso golpe, atravesando estos trajes limpiamente sin siquiera sudar. Él le cubría la espalda y ella la suya.

De tanto en tanto, el aire se agitaba y aparecía una estela de luz azul y plateada. Entre ella, se veía el borrón de Pietro Maximoff abriéndose paso entre casi todos los legionarios, destrozándolos con el puro impacto de su velocidad en cuestión de segundos antes de volver a desaparecer.

Entonces, Sokovia empezó su paseo.

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PAMELA TROPEZÓ y trató de recuperar el equilibrio. Bajo sus pies se oyó un estruendo y un crujido escalofriantes, como si algo colosal empezara a despertarse bajo la superficie. Se agarró rápidamente al brazo de una mujer que casi se cae por el puente y tiró de ella hacia atrás. Pamela la sujetó mientras observaba cómo las carreteras y los adoquines empezaban a resquebrajarse. Aparecieron géiseres cuando algunas partes de la ciudad se resquebrajaron y se partieron. El agua descendió y se derramó, creando cascadas que se adentraron en los desfiladeros. Los gritos de terror volvieron a resonar. Las fracturas trepaban por los laterales de los edificios y el yeso se agrietaba.

Fue como si una explosión se hubiera disparado bajo tierra y una línea de humo se elevó alrededor de la ciudad de Sokovia, atravesándola por la mitad. Atravesó el puente y los soportes temblaron. El puente se inclinó y la gente gritó. Los escombros cayeron en cascada hacia el creciente desfiladero de abajo, los autos cayeron por un costado. La piedra a los pies de Pamela y de la mujer comenzó a desmoronarse y ella jadeó.

La piedra se partió y ella no tuvo tiempo de reaccionar. Las dos se deslizaron unos metros hacia abajo con el choque de las vigas metálicas, agachando la cabeza a tiempo y esquivando las estructuras de acero que caían en derredor.

Pamela apretó con más fuerza el brazo de la mujer mientras gritaba, deslizándose hacia abajo mientras su pequeña plataforma de piedra y asfalto se inclinaba peligrosamente hacia la destrucción y las oscuras profundidades que se dividían en el río.

Miró por encima del hombro y tanteó frenéticamente, agarrando con los dedos el borde de una viga de soporte que milagrosamente no se volcó. Se balanceaba sobre sus bisagras y pernos, temblando mientras intentaba estabilizar el peso de Pamela y la mujer.

Colgaban sobre el desfiladero mientras Sokovia continuaba dividiéndose y rompiéndose. Los edificios comenzaron a derrumbarse sobre los crecientes acantilados, el humo hizo toser a Pamela, los gritos nadaron y le dieron vueltas en la cabeza, aturdiéndola.

Sólo entonces empezó a darse cuenta lentamente de que su lado de Sokovia empezaba a elevarse. La otra mitad de la ciudad se alejaba cada vez más, y la caída le produjo náuseas.

Apretó los dientes y gritó, el brazo le chirriaba por el esfuerzo de sostenerse con el peso que la arrastraba hacia abajo y el viento que la forzaba hacia los lados.

Sus dedos temblaban alrededor de su pequeño agarre; el acero estaba afilado y le cortaba la piel.

La mujer seguía gritando y Pamela la miró a los ojos. Su corazón se apretó al darse cuenta de que ella era la única persona que les impedía caer a la muerte.

—¡Tranquila! —intentó gritar por encima de los gritos, los gruñidos de la tierra y el viento—. ¡Tranquila, ya la tengo!

¡PAM! —escuchó a Steve gritar mientras intentaba llegar hasta ella y evitar los escombros y el humo.

Pero se concentró en la mujer.

—Respire —le dijo, con el corazón acelerado y los dedos temblorosos por el esfuerzo. Pero Pamela tenía que mantener la calma por ella—. Respire. Necesito que se concentre. Concéntrese en mí, ¿de acuerdo? —ni siquiera sabía si podía entenderla—. ¡Vamos a salir de esta, pero necesito que se quede quieta!

La mujer lanzó un grito ahogado; estaba llorando, pero dejó de gritar y de agitarse. Apretó la muñeca de Pamela, sujetándola con la misma fuerza. Tenía las mejillas cubiertas de ceniza, un corte por encima de la frente y el pelo castaño revuelto de nudos, ceniza y sangre. Pero Pamela se dio cuenta, con un golpe en el corazón, de que confiaba en ella con su vida, confiaba en ella para salvarlas.

Pamela intentó pensar. Intentó encontrar la manera de volver a subir, pero sabía que no podía. No tenía superfuerza, sentía que su mortalidad se deslizaba con sus dedos en torno a su sujeción no mayor que la de una estantería. Era aterrador. Pero tenía que salir de allí. Esta mujer dependía de ella, confiaba en ella. Con un grito desesperado, Pamela consiguió mover sus dedos en el marco de acero para fijar su agarre y hacerlo más robusto.

Sokovia continuó elevándose cada vez más hacia el cielo.

¿La veis? Toda su belleza... —escuchó la voz de Ultrón resonar en un legionario cercano. No se molestó en dispararles. Simplemente miraba, sabiendo que iban a morir de todos modos—. Su inevitabilidad. Os alzáis, sólo para caer. Vosotros, Vengadores, sois mi meteorito. Mi rápida y terrible espada, y la Tierra se agrietará bajo el peso de vuestro fracaso. Expulsadme de vuestros ordenadores, volved mi propia sangre contra mí. No significa nada. Cuando el polvo se asiente, lo único vivo en este mundo será de metal.

Un escudo atravesó el cuello del traje y el rojo, el blanco y el azul volvieron en espiral hacia su dueño. Steve llegó al borde.

¡PAM!

Pese a que la tierra temblaba y se desmoronaba a sus pies, pese a que se elevaban cada vez más en el aire, el Capitán América se agarró a la barrera de acero e intentó tirar de ellas hacia arriba. Su estómago y sus articulaciones se sacudieron mientras ella y la mujer se elevaban. Fueron empujadas más cerca del borde y Pamela dio una patada con las piernas para plantar los pies en el saliente agrietado justo debajo de la carretera. Sus botas rozaron la grava suelta, la piedra y la suciedad.

Tiró de la mujer hacia arriba con ella, sorprendida de su propia fuerza en medio del terror. Ambas volvieron a tropezar con la cornisa, aún unos metros por debajo del puente. La mujer sollozaba y se abrazaba a Pamela, agarrándose con manos temblorosas. Por un momento, la Víbora Roja se quedó sin aliento y no supo qué hacer. Su respiración se entrecortó y lentamente rodeó a la mujer con sus brazos, estrechándola en un abrazo.

Pamela había salvado la vida de alguien en lugar de destruirla. Había sido una heroína para alguien, y no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas.

Pero aún no había terminado. Miró hacia arriba y vio a Steve extender su mano hacia abajo.

—¡Dame la mano! —gritó por encima del viento.

Pamela miró a la mujer que se aferraba a ella.

—¡Ella primero! —le dijo a Steve, y la instó a continuar. La ayudó a levantarse y la mujer levantó una mano temblorosa. La piedra empezaba a desmoronarse. Pam respiró hondo unas cuantas veces para mantener la calma, pero empujó suavemente a la mujer más cerca. Steve la agarró por la muñeca y la levantó.

La Víbora Roja dio un paso atrás y observó cómo el Capitán América levantaba a la mujer hasta un lugar seguro, levantando algo de peso con ella. La plataforma siguió temblando. Cayó unos centímetros y Pamela agarró el alambre de acero roto que sobresalía de algunos de los escombros del puente.

Los pies de la mujer aterrizaron en terreno estable y Steve la instó a alejarse del borde.

—¡Pam! —gritó de nuevo. Sus botas rasparon tierra, asfalto y escombros sueltos. Volvió a extender la mano hacia abajo—. ¡Ya te tengo! ¡Vamos!

La cornisa se inclinó peligrosamente, y una sacudida de miedo crudo dolió en el pecho de Pamela. Miró a Steve y levantó la mano. No podía alcanzarlo. Pam estiró el brazo todo lo que pudo, extendió los dedos todo lo posible, pero nada conseguía acortar la enorme distancia que los separaba.

Steve apretó los dientes y se tambaleó peligrosamente en el borde; sus botas casi se resbalaron mientras intentaba bajar a su nivel. Se echó al hombro su escudo y agarró la estructura de acero una vez más. Se dobló por su peso pero no cayó.

—Vamos —musitó, sonando más desesperado de lo que ella le había oído nunca. La cornisa se resbalaba. Steve sentía el viento golpearle, pero era un frío diferente; era el frío de la nieve y los feroces aullidos de los Alpes austriacos. Steve se sentía igual de indefenso, extendiendo desesperadamente el brazo para que Bucky lo tomara mientras el tren pasaba a toda velocidad por el puente incapaz de salvarlo sin importar sus superpoderes. Era lo más humano y débil que jamás había sentido. Y ahora, lo sentía igual de crudo y doloroso en su pecho—. ¡Salta y cógeme de la mano, Pam! ¡Te atraparé!

La cornisa cayó. Pamela saltó.

Las yemas de sus dedos rozaron los de él. Dio un brusco estirón.

Pero no fue suficiente.

¡NO!

El grito de Pamela quedó atrapado en el viento y atrapado en el fondo de su garganta cuando cayó. El grito de Steve resonó en su mente, la expresión de su rostro quedó grabada en su memoria, y fue lo único en lo que pudo pensar. Se dio cuenta de que sería lo último que recordaría antes de morir.

Entonces algo la golpeó. El dolor la sacudió en el momento en que chocó con algo hecho de metal. Su primer instinto fue luchar hasta que vio la armadura de aleación pintada de rojo y dorado en los brazos del traje y la luz brillante en el centro de su pecho.

Iron Man la sujetó con fuerza mientras salía disparado hacia el cielo, y Pamela ahogó una risilla, desplomándose de alivio y de pura suerte tonta.

—¿Ya has terminado con el dramatismo, Down Under? —llegó el comentario sarcástico pero genuino de Tony Stark detrás de la máscara de su traje.

Pamela se rió entre dientes, sacudiendo la cabeza y poniendo los ojos en blanco.

—¿Acabarás alguna vez con los malos apodos, Tin Man?

¿Tin Man? —se burló Iron Man, decepcionado, mientras volaba de vuelta hacia el puente—. No, no... si quieres formar parte de este equipo, tenemos que trabajar en tu habilidad para poner nombres. Ha sido lamentable.

—¿Y "Down Under" te parece mejor?

Oyó una burla ahogada y divertida de Tony. Luego se comunicó por radio a través de su traje.

—La tengo, Capi. Localicé a Romanoff más cerca de la ciudad, dejaré a Daniels allí.

—¿Nat? —respiró Pam, su pecho cada vez más ligero. Sonrió, extasiada al escuchar que la Viuda Negra había regresado sana y salva.

Bajaron en picado a través de los edificios en ruinas hacia la carretera principal.

—Ah, Capi —añadió Stark mientras dejaba caer a Daniels en tierra—. Tienes visita.

Escuchó el gemido de dolor de Steve.

Algunos ya han venido. Pam, ¿estás bien?

En el suelo, Pamela respiró hondo unas cuantas veces, agarrándose el costado y observando cómo Iron Man volvía a salir disparado hacia la luz del sol. Allí, finalmente entendió lo que todos veían en Tony Stark: vio al héroe detrás de su arrogante armadura de acero.

—Sí —logró decir—. Sí, estoy bien.

Lanzó una mirada a su alrededor y, cuando vio el pelo rojo de Natasha Romanoff, sonrió. Pamela corrió hacia ella en mitad de la batalla y abrazó a la Viuda Negra con un repentino y extraño arrebato de afecto. Se pegó a su amiga, cerrando los ojos y sujetándose con fuerza, asustada por un momento de haberla perdido. Esperaba que Nat se apartara. En cambio, Romanoff se aferró con la misma fuerza.

Romanoff se rió entre dientes mientras se alejaban.

—Venga —bromeó, y Pamela puso los ojos en blanco—, ¿de verdad pensabas que un robot me mantendría encerrada bajo llave?

No —se burló la Víbora Roja y golpeó ligeramente a la Viuda Negra—. Solo agradecía que ya no tuviera que lidiar sola con todos estos chicos.

Natasha sonrió, pero ambas entendieron la preocupación genuina que se había alojado en el pecho de Pamela y el alivio de saber que su amiga estaba bien.

El ejército de Ultrón sólo parecía seguir apareciendo cuando creían que hacían mella en sus legionarios, más simplemente los reemplazaban. Era interminable. Los cristales se rompieron en un edificio de apartamentos, y la gente alrededor de Pamela gritó.

Stark —dijo el Capitán América, poniéndose de pie entre la destrucción—, tú baja la ciudad sin percances. Los demás tenemos una misión: destrozar esas cosas.

Pamela respiró hondo pero logró enderezarse. Compartió una mirada con Nat, quien comprobó la sobrecarga eléctrica de sus Mordeduras de Viuda.

Si os hacen daño —continuó el Capitán América—, devolvédselo. ¿Si os matan? Vosotros ni caso.

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MIENTRAS SOKOVIA se elevaba en el cielo, una isla en ruinas que flotaba a kilómetros por encima del resto de la ciudad, la batalla en su superficie continuaba sin piedad. Iron Man se apresuró a encontrar la forma de impedir que la ciudad ganara altura y devolverla al suelo antes de que se elevara tanto que su caída destruyera a toda la población de la Tierra, mientras el resto del equipo de Vengadores se dedicaba a salvar a los que seguían atrapados en ella.

El Capitán América apretó los dientes mientras arrastraba a una ciudadana de regreso al puente, observando cómo su auto se desmoronaba al golpear la ciudad tan abajo.

Se quitó el escudo de la espalda mientras la mujer le daba las gracias antes de volver corriendo hacia la ciudad. Aunque estaba lleno de soldados de Ultrón, era más seguro que estar aquí.

Uno de ellos se abalanzó y Steve apretó la mandíbula. Arrojó su escudo y se alojó en su torso.

No podéis salvarlos a todos —la voz de Ultrón salió confusa de sus comunicaciones. Steve extendió su brazo—. Nunca...

Su escudo volvió a sus imanes, arrastrando al robot con él. Steve lo empujó y lo vio caer del costado del puente.

—¿Nunca qué? —gritó después de eso—. ¡No has terminado!

Detrás de él, un segundo coche cayó estrepitosamente sobre el asfalto restante del puente. Thor aterrizó sobre su techo unos segundos después. Steve giró hacia el asgardiano, fingiendo su decepción en lugar de ofrecerle gratitud por su ayuda en salvar a las personas que Steve no podía y que habían caído por el precipicio.

Se acercó a su compañero de equipo, quien finalmente había decidido aparecer.

—¿Qué, echando una siestecita? —refunfuñó mientras pasaba por su hombro.

Detrás, el conductor de un coche abrió la puerta y salió a la carretera.

Cerca del centro de la isla flotante se encontraba la línea del frente contra el ejército de Ultrón y los Vengadores. La gente corría entre coches, ráfagas de legionarios y trajes voladores que hacían estallar los oídos. Era difícil no sentirse arrollada, Pamela estuvo a punto de morir al menos quince veces, pero intentó no pensar en ello. Lucharon junto a la policía de Sokovia y valientes civiles para hacer retroceder al ejército de metal. Aunque eran de carne y hueso, la mayoría sin poderes, seguían luchando para proteger su hogar y eso era valiente y admirable.

Los gemelos Maximoff y Ojo de Halcón se habían reunido con el grupo en el centro. Wanda acabó con el ejército de Ultrón con un simple giro de manos, manipulando increíbles cantidades de energía como si fueran hilos de marioneta. Su hermano recorrió en círculos las oleadas de legionarios, convirtiéndolos en trozos de metal mientras los atravesaba como un rayo. Desde el lado de Viuda Negra, Ojo de Halcón disparaba cuatro o más flechas a la vez, y todas se clavaban en su blanco. Algunas eran explosivas y enviaban a los robots por los aires, otras tenían pulsos eléctricos y otras eran aún más creativas. Cubrió a Natasha Romanoff mientras luchaba con sus mordeduras de viuda, el arma en la cadera y con el entorno que la rodeaba, formidable incluso contra oponentes hechos de metal y hierro. Thor forcejeó con Ultrón en el cielo, y ambos cayeron en espiral y se estrellaron contra la iglesia. Los rugidos despiadados del Increíble Hulk se oían resonar por encima de los gritos y los disparos por todas las calles de la ciudad mientras destrozaba a cuanto legionario tenía a la vista. Visión seguía perdido en el caos; no lo habían visto desde que se enfrentó a Ultrón para expulsarlo de internet.

Pamela se agachó y realizó una voltereta sobre el asfalto roto mientras los láseres azules y las ráfagas se disparaban sobre ella. Hizo girar su bastón en la mano y lo lanzó contra los tobillos del traje metálico apretando los dientes. La Víbora Roja era implacable y lívida en sus ataques; su infame estilo de lucha que circulaba por la tradición de S.H.I.E.L.D. y sus muchos enemigos volvía a la vida, pero sin una nueva piel. Por fin, la Víbora Roja llevaba puesta su auténtica piel.

Ni siquiera contra los trajes metálicos se amilanaba. Ni siquiera ellos eran inmunes a su ira y sus colmillos venenosos.

—¡Daniels!

La Víbora Roja volteó para ver el escudo del Capitán América volando hacia ella. Se estrelló contra la puerta del coche. Daniels tiró de él y agarró las correas. Empujó hacia atrás a dos legionarios, levantando el borde del escudo. Se clavó en el codo del traje, y arrojó su cuerpo hacia un lado, arrastrando al robot con ella. Se estampó contra el segundo y ella liberó el escudo a la fuerza. Saltó sobre el capó de un coche y corrió hacia el techo y se lanzó hacia los robots. Ella levantó el escudo y bloqueó el fuego antes de girar su cuerpo con una técnica similar a la de Steve y lanzarlo.

No tenía su fuerza, pero el escudo era un arma afilada y mortal en sí misma sin ella.

Le cortó el brazo a uno y rebotó en el aire. Daniels lo atrapó mientras volvía a caer y se preparaba. Aterrizó sobre el pecho del legionario y cayeron al suelo. Se agachó para estabilizarse y levantó el escudo. Lo bajó con un grito enojado, dejando un profundo corte en la clavícula del traje. Salieron chispas de los cables expuestos.

En el espejo retrovisor de un automóvil cercano, notó que el segundo robot se movía para bajar su puño de metal. La Víbora Roja levantó el escudo del Capitán América y el vibranium absorbió la mayor parte del golpe. Todavía lo sentía resonar en su brazo, agradecida de que no le rompiera los huesos.

Manteniendo el escudo por encima de su cabeza con un brazo, Daniels logró asir su bastón con el otro y apretó el gatillo. En cuanto la electricidad roja envolvió su cuello, lo empujó más fuerte contra el costado del robot.

Oyó unos pies que corrían por el asfalto. Daniels mantuvo su bastón presionado contra el costado del robot y lanzó el escudo hacia arriba, a su derecha. El Capitán América lo atrapó de un salto, y ella atrajo al robot hacia su camino.

La Víbora Roja se apartó en el último minuto antes de que el Capitán América atacara. Su escudo se alojó en el rostro del legionario de Ultrón. Lo sacó y lo cortó por la mitad.

Se volvió hacia la Víbora Roja. Ella agarró su brazo extendido. Él la levantó y ella sonrió, dándole palmaditas en el pecho.

—Esa cosa es útil —le sonrió a su escudo.

Al reconocer su tono burlón, Steve puso los ojos en blanco con una sonrisa.

—La mayoría diría gracias —respondió él, igualando su tono.

—Vamos —Daniels inclinó la cabeza con un brillo engreído y travieso en sus ojos y una sonrisa en sus labios. Estaba devastada por la batalla, cubierta de rasguños y moretones, y su cabello era un desastre, pero Steve pensaba que era increíblemente hermosa—. ¿Crees que te lo pondría tan fácil, Capitán?

Él se rió entre dientes.

—Dios, espero que nunca lo hagas.

Una sonrisilla se dibujó en la comisura de los labios de Pamela. Mientras recobraba el aliento por la destrucción, esas pequeñas palabras hicieron que su corazón se agitara a pesar de todo. Pamela miró a su alrededor, viendo un desastre de cuerpos metálicos esparcidos, fuego, humo, escombros, coches destrozados y gritos. Por el momento se había calmado, y el equipo estaba aprovechando la oportunidad para poner a los civiles a cubierto.

Steve agarró a Pamela por los hombros y ella lo entendió, esforzándose para seguir adelante mientras se unían a los demás.

Condujeron a los civiles hacia el refugio en la comisaría de policía; su ubicación y estructura la hacían muy estable contra el creciente viento y las explosiones. Pamela le pasó una niña a su madre una vez que estuvo sentada y los paramédicos revisaron su pierna lesionada. Se volvió hacia Steve, quien dejó al hijo mayor de cinco años de la madre a su lado.

Al reconocer su mirada, Steve suspiró.

—Volverán a atacar en cualquier momento —murmuró, y Pamela frunció los labios. El Capitán América tocó su auricular, incluso si no era necesario—. ¿Qué tienes, Stark?

Iron Man tardó un momento en responder.

¿Eh? —no estaba lleno de su habitual confianza engreída—. No mucho. Quizá una forma de volar la ciudad —suspiró, dividido entre su corazón y su cabeza—. Eso impedirá que impacte en la superficie si la abandonáis.

A Pamela se le estrujó el corazón. Miró a la madre y a sus hijos. Steve apretó los dientes y negó con la cabeza, demasiado testarudo para aceptar semejante resultado. No estaba dispuesto a sacrificar a unos miles de inocentes, aunque significara salvar a miles de millones. Que esas palabras vinieran de un hombre que se erigía como héroe creado para ser el símbolo de una de las guerras más sangrientas de la historia y con mayor número de víctimas civiles... demostraba la verdad respecto a qué era lo que simbolizaba ese escudo, y no estaba a favor de una guerra que mataba y celebraba la masacre de millones de inocentes de una forma tan horrible para acabar con ella. Simbolizaba proteger a los inocentes y la libertad y eso implicaba cada vida inocente.

—Te pedía una solución —dijo el Capitán América, y fue más una orden que una sugerencia—, no un plan de escape.

El radio de impacto aumenta a cada segundo que pasa —dijo Stark con pesar—. Habrá que tomar una decisión.

Pamela volvió a agarrarse el costado y le resultaba cada vez más difícil respirar a medida que ascendían hacia el cielo. No podía trabajar mientras estaba sentada, cada respiración se sentía más difícil que la siguiente.

Él se volvió hacia ella y notó su leve lucha.

—¿Estás bien?

—Sí —murmuró, asintiendo—. Es sólo que... cada vez es más difícil respirar.

Steve se acercó a ella, queriendo ayudar pero sabiendo que no podía. Juntos, contemplaron cómo llevaban a los civiles a refugiarse en el breve silencio de la batalla. Pamela tragó saliva.

—No podemos dejarlos —susurró.

—No lo haremos —le prometió—. Y no destruiremos esta roca hasta que todos estén a salvo.

—¿Cómo? —suspiró Pamela, odiando admitirlo, pero la realidad de la situación los estaba mirando directamente a la cara—. Estas personas no pueden irse y la ciudad sigue subiendo.

—Lo sé —los hombros de Steve se hundieron.

Los dos juntos se situaron al borde de la ciudad. A través del humo y las nubes había una vista que no muchos experimentarían en su vida. Pamela veía extensiones de bosques, pastos y montañas, veía por encima de las cimas de las montañas hacia el horizonte del lejano océano; un grupo de pequeños países con sus fronteras envolviendo y entrelazándose junto a arroyos de agua dulce, a través de valles y estrechos valles montañosos. Vio parpadear las luces de ciudades y pueblos; millones de vidas inocentes frente a sus ojos.

Steve miró fijamente la vista durante un rato. Hasta respiraba más profundamente de lo normal.

—Mientras haya un civil, no me iré de aquí —decidió.

—Lo sé —murmuró Pamela.

Él encontró su mirada y, al ver el peso de una triste comprensión y aceptación en sus ojos y en sus hombros, Steve Rogers comprendió lo que quería decir. Pamela Daniels logró esbozar una sonrisa tensa y triste.

El escudo se desvaneció y todo lo que quedó fue Steve. Su Steve. Pamela se preguntaba cómo podía mirarlo y pensar que era bidimensional cuando había tantas cosas maravillosas, genuinas y hermosas que componían quién era Steve Rogers. No era una foto en blanco y negro, nunca lo había sido. Ella nunca se había tomado el tiempo de detenerse y verlo. Nunca lo había visto como otra cosa que no fuera el Capitán América, había estado ciega ante el niño de Brooklyn que nunca se quedaba atrás, ni siquiera en el hielo. Pero ahora que lo veía con claridad, con colores brillantes y exuberantes, se daba cuenta de que Steve Rogers tal vez ya no supiera quién era sin ese escudo, pero Pamela Daniels sí. Vio a ese chico escuálido de Brooklyn que no podía echarse atrás en una pelea y... ella lo amaba.

No iba a dejarlo aquí para que muriera solo.

Asintió, tranquilizándolo. Steve se suavizó, entendiendo todo lo que ella quería decir, incluso si no decía una sola palabra.

Y si Pamela Daniels iba a morir, moriría feliz sabiendo que dejaría este mundo sin ser nadie más que ella misma, quien siempre había sido, sin una nueva piel que mudar ni una máscara que ponerse. Se sentía libre de toda carga.

Steve Rogers se acercó y le tomó la mano. Entrelazó sus dedos. Pamela lo miró y su hombro rozó su brazo.

Luego contempló el horizonte. Pamela exhaló suavemente y cerró los ojos, sintiendo la brisa en el pelo.

—Yo no diría que esta es una gran segunda cita, pero... al menos la vista no es tan mala.

Entonces, la radio de comunicación chirrió. Pamela frunció el ceño cuando reconoció el sonido de la voz que le hablaba al oído.

Usted y yo tenemos una definición completamente sobre las citas, Daniels.

Su respiración se convirtió en un jadeo. Steve frunció, sorprendido. Pamela sintió que el viento empezaba a levantarse; poco a poco, un zumbido sordo de motores comenzó a hacerse más fuerte debajo de ellos. Daniels no pudo detener la brillante sonrisa que levantó sus mejillas, su corazón dio un vuelco cuando de las nubes surgió algo que no había visto en mucho tiempo.

La ciudad retumbó, pero esta vez trajo consigo la llegada de la esperanza. La luz alumbró un enorme helicarrier en lo alto del cielo, con cuatro grandes y potentes motores girando. Pamela se apartó el pelo de la cara y su risa de incredulidad se perdió entre el viento y el ruido. Contempló cómo se elevaba cada vez más sobre el manto de nubes frente a la ciudad de Sokovia, y el sol iluminó el símbolo que lucía con orgullo en su base: el águila de S.H.I.E.L.D. La verdadera S.H.I.E.L.D.

Bonito, ¿verdad? —Pamela podía notar la sonrisa de Fury—. Lo hemos desempolvado con un par de viejos amigos. Está algo sucio, pero servirá.

Steve Rogers se burló, impresionado.

—Fury, será bastardo.

¡Uh! —silbó Fury—. ¿Y besa a su madre con esa boca?

De repente, Pietro Maximoff se detuvo justo en el borde, junto a ellos. Observó cómo se abrían los costados del helitransporte para revelar al menos un centenar de botes salvavidas.

—¿Esto es S.H.I.E.L.D.?

Steve sonrió.

—Es lo que se supone que debe ser.

Pietro los miró. También sonrió.

—No está tan mal.

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CARGARON bote tras otro con civiles, dándose tanta prisa como pudieron para subir al mayor número posible de personas a los botes que los reactores de su base lanzaban a la orilla de la ciudad antes de que llegara la siguiente oleada. Aunque los legionarios empezaron a regresar a centenares, no estaban solos en la defensa de los habitantes de Sokovia. Las balas salían disparadas del helicarrier, y zigzagueando entre ellas para atacar de frente a los trajes metálicos estaba el coronel James Rhodes, la Máquina de Guerra.

¡Bien! —había gritado a través de las comunicaciones después de que cuatro legionarios explotaran a la vez—. Esta va a ser una buena historia.

Sí. Si vives para contarla —respondió Stark mientras volaba junto a su mejor amigo.

¿Crees que no se agarrarme los machos?

Si sobrevivimos, te los agarraré yo.

Rhodey hizo un sonido de disgusto mientras chocaba contra otro soldado de metal.

Siempre con tus bromitas...

Desplazaron a los civiles en grupos de cincuenta a cien. El Capitán América dirigió la evacuación de forma ordenada, con los demás Vengadores y agentes de policía por medio, ayudando a la gente que no podía andar o correr por sí misma. Los botes se estaban llenando rápidamente, pero por suerte, a Fury no se le estaban agotando. Pamela ayudó a un hombre con su andador a subir, agarrándole la mano con fuerza mientras subía a la plataforma, y pronto hubo un agente allí para hacerse cargo.

Algunos robots decidieron lanzarse en picado hacia Pamela y el bote salvavidas. Luchó por agarrar su arma, pero con unos segundos de sobra, Iron Man disparó, y todo lo que tuvo que hacer fue agacharse para evitar brasas y trozos de metal.

Parecía que las cosas estaban mejorando y Pamela sintió una nueva sensación de determinación que la ayudó a superar el dolor que le costaba respirar, los dolores en las articulaciones y los cortes y hematomas (y tal vez algunas costillas fracturadas).

Continuó parada en el borde, ayudando a los civiles a subir. Cada vez llegaba más gente. Los botes salvavidas de S.H.I.E.L.D. incluso empezaron a rondar las ventanas rotas y las paredes rotas de los edificios en los que la gente se había refugiado, cargando desde allí con la ayuda de Wanda Maximoff y Clint Barton.

Thor, tengo un plan —habló Stark mientras luchaba contra legionarios en el aire.

¡Se nos acabó el tiempo! —respondió el asgardiano, todavía en lo profundo de la ciudad cerca de la iglesia—. Van hacia el núcleo.

Pamela se puso de pie, abandonó el bote y corrió de regreso a las calles ante la noticia. Miró hacia el cielo donde Stark y Rhodey se desviaron del camino de una gran explosión entre robots.

Rhodey —dijo Iron Man—, sube al resto de la gente en este transporte.

¡En seguida! —dijo Máquina de Guerra. Con un aumento de velocidad, viró hacia los barcos de rescate en el aire.

Vengadores, es hora de currar.

—¿Me lleva alguien? —Pamela se puso una mano sobre los ojos para ver más allá del sol mientras Iron Man se sumergía en la ciudad.

Escuchó a Tony Stark suspirar.

Veo que te empiezas a poner cómoda.

La Víbora Roja levantó su brazo y Iron Man descendió en picado, agarrándola por el codo y levantándola con él en el aire. Se aferró para protegerse del viento mientras aceleraban hacia el centro de la ciudad.

La capilla se alzaba alta y, a pesar de la devastación que sufría a su alrededor, su viejo exterior de ladrillos de piedra y su arquitectura redonda habían permanecido intactos en su mayor parte. Pamela pudo ver algo grande y negro, una pieza de maquinaria que sobresalía justo en su centro, entre los viejos asientos y los iconos de santos. Supuso que debía de ser el núcleo, la aguja que hacía que Sokovia siguiera elevándose cada vez más en el aire, y el detonante que, evidentemente, provocaría su caída.

Cuando se acercaban al suelo, Iron Man soltó a la Víbora Roja, y ella le dio una patada en el pecho a un soldado metálico que se encontraba cerca del núcleo. Aterrizó en cuclillas, observando cómo Thor golpeaba con fuerza su martillo y lo enviaba volando hasta que no quedó más que un punto en la distancia. Se levantó y vio a la Visión al otro lado. La saludó cortésmente con la cabeza. Pamela saludó torpemente.

A su izquierda, un legionario cargó, hasta que un escudo rojo, blanco y azul se incrustó en su columna. Se derrumbó y allí estaba el Capitán América. Su escudo volvió a su brazo y pasó por encima del androide, acercándose a Daniels.

Ojo de Halcón y Wanda llegaron a su derecha. Pietro se lanzó hacia su hermana, que respiraba con dificultad.

—¿Estás bien? —la agarró del hombro. Ella asintió, un poco sin aliento, pero estaba bien.

—¿Romanoff? —Stark habló por las comunicaciones después de destruir a algunos robots molestos. Llamó a la Viuda Negra que aún no se había unido a ellos—. Más vale que tú y Banner no estéis jugando a los médicos.

Tranqui, cabeza de lata —respondió la ex-asesina. Los neumáticos chirriaron detrás de Pamela y se dio la vuelta. Se burló, con una pequeña sonrisa, al ver un camión amarillo brillante que se dirigía hacia ellos, atropellando a los soldados de Ultrón por el camino—. No todos podemos volar.

Las ruedas del camión patinaron hasta detenerse frente a la capilla y Romanoff saltó del asiento del conductor. Corrió para unirse al creciente círculo alrededor del centro de la iglesia.

—¿Cuál es el plan?

Stark asintió hacia la intrincada máquina que giraba engranajes de vibranium. Parecía una mezcla entre un gran telescopio elegante y el motor de un automóvil, girando lentamente en el sentido de las agujas del reloj a intervalos irregulares. Estaba atornillado al suelo de piedra mediante refuerzos de acero.

—Este es el plan. Si Ultrón le echa mano al núcleo, perdemos.

Una gran masa verde se estrelló contra la entrada de la iglesia. Aplastó a dos legionarios de metal bajo sus pies. Hulk enseñó los dientes y Pamela no estaba segura de si su gruñido era un saludo o una amenaza.

—Me alegra que hayas llegado a tiempo —le murmuró Stark a Hulk, y él gruñó. Pamela sintió que su cabello volaba hacia atrás. Intentó no hacer una mueca. Era mucho más grande en persona. Trató de imaginar al tímido y amable Dr. Banner detrás de esos feroces ojos verdes, pero no pudo.

Hulk se interpuso entre Steve y Wanda, girándose y lanzando un rugido ensordecedor al imponente androide que se detuvo frente a la iglesia. Ultrón rió ante la amenaza, para no se sentía intimidado. Pamela respiró hondo unas cuantas veces, apretando y soltando las manos mientras todos permanecían frente a Ultrón, unidos para proteger el núcleo; un equipo de héroes improbable, pero héroes al fin y al cabo.

El Poderoso Thor hizo girar su martillo y gritó furiosamente:

—¡¿Es lo mejor que puedes hacer?!

Ultrón ladeó la cabeza. Levantó una mano de metal por encima del hombro. Los hombros de Pamela cayeron lentamente con exasperación mientras cientos de legionarios se apresuraban hacia él desde las sombras, los escombros, por el camino y el cielo.

Steve parecía estar considerando golpear su escudo sobre la cabeza de Thor. Le lanzó al Dios del Trueno una mirada cansada.

—¿Tenías que decir eso?

Ultrón sonrió. Era una visión escalofriante.

—Esto es lo mejor que puedo hacer —su voz profunda y vibrante resonó en las paredes redondas de la iglesia—. Es exactamente lo que quería. Todos vosotros contra todo yo. ¿Pero cómo esperáis conseguir detenerme?

Iron Man suspiró.

—Bueno —se encogió de hombros y miró a Steve—, como dijo el viejo... Juntos.

Y juntos lucharon.

Eran diez contra todo un ejército de robots que no se parecían a ningún otro enemigo contra el que hubieran luchado antes en solitario o juntos. Al golpearles, sólo devolvían los golpes con más fuerza, y cuando disparaban balas, sólo hacían mella en sus armaduras metálicas y rebotaban. Iron Man sacudió la iglesia con explosiones cuando sus proyectiles arrancaron las cabezas de los hombres de metal. Ojo de Halcón clavó el filo de su arco en las grietas de las armaduras de los legionarios. Viuda Negra disparó su arma y sus Mordeduras de Viuda con los dientes apretados y una puntería magistral. Thor hizo girar su poderoso martillo y lo golpeó a diestro y siniestro, haciendo retroceder y destruyendo a los soldados de Ultrón antes de que pudieran acercarse demasiado. El Capitán América saltaba y retorcía su cuerpo para evitar el fuego antes de lanzar su escudo, y éste rebotaba en un soldado de metal tras otro, dando vueltas antes de volver a su brazo cuando sus pies volvían a tocar el suelo. ¿Y Hulk? Bueno, Hulk hacía lo que se le daba mejor: aplastar.

Pero a diferencia de sus batallas anteriores, los Vengadores tenían sangre fresca (o sangre artificial) con mentes decididas y corazones valientes (o corazones artificiales, ¡pero aún así valientes!) y lo más importante, la terquedad de unos héroes que no se daban por vencidos. Tenían a Pietro Maximoff, un individuo más rápido que la luz, con un pelo tan blanco que parecía plateado, que desaparecía en un borrón y reaparecía con montones de cuerpos metálicos y chatarra esparcidos a su paso. Tenían a su hermana gemela, Wanda Maximoff, con aterradores poderes escarlata que manipulaban la materia que la rodeaba a su antojo, capaz de destrozar cualquier cosa desde su interior. Tenían a la Visión, que si bien había sido creado por Ultrón, no estaba atado a los errores de sus antepasados. Era más poderoso que todo lo que habían visto antes, pasando a través del ejército de Ultrón y desintegrándolo con el toque de su mano, separándolo hasta que no quedaba nada de su existencia.

Y tenían a la Víbora Roja. A pesar de no tener superpoderes, trajes metálicos, martillo, escudo o superfuerza, tenía el corazón de una heroína. No tenía nada más que su terquedad, decisión, experiencia, habilidades y las armas que llevaba en la funda. La Víbora Roja, antaño una historia infame que hacía temblar de miedo incluso a los enemigos más formidables de S.H.I.E.L.D. (e HYDRA), defendía ahora un propósito mucho mayor.

La Iglesia se encendió con viento escarlata, pulsos eléctricos azules, ráfagas y relámpagos al rojo vivo. Una tormenta en primera línea entre los Héroes Más Poderosos de la Tierra y aquellos que intentaban dañar la pequeña roca que en la escala del universo era bastante insignificante, pero que para ellos ocupaba un lugar especial en sus corazones. Incluso para los que venían de lejos, era un hogar.

La Víbora Roja no contaba cuántos soldados había y cuántos más del ejército de Ultrón seguían llegando, simplemente luchaba. Luchaba aunque le costara respirar, luchaba aunque le dolieran las articulaciones y tuviera los huesos magullados. Incluso cuando estaba lista para rendirse, no lo hizo, seguía luchando. Seguía disparando, seguía clavando sus bastones eléctricos donde podía, seguía empujando hacia atrás, seguía adelante. Todo el día, si era necesario.

Y cuando la Víbora Roja no era suficiente para luchar contra el acero y el hierro, tenía al resto de su equipo a sus espaldas. Si era demasiado lenta para reaccionar, la energía escarlata rodeaba el puño del soldado de metal de Ultrón antes de que pudiera parpadear, y Víbora Roja enviaba su bastón a través de los poderes de Wanda y su fuerza se combinaba con despiadadas ráfagas de despiadado veneno rojo y violento caos. Por encima de la cabeza de Daniels, grandes manos verdes agarraban a los androides voladores y los hacían pedazos antes de que la alcanzaran. E incluso cuando no se daba cuenta de que lo necesitaba, siempre había un escudo protegiéndola a sus seis.

Arriba, la piedra de la iglesia se desmoronó cuando Ultrón estampó a la Visión contra la pared. Desde la Gema de la Mente incrustada en su frente, una penetrante luz amarilla se concentró en un láser que quemó el metal del pecho de Ultrón y lo lanzó hacia atrás. Se estrelló contra las paredes y salió despedido en espiral.

Visión voló tras él, impulsándose para flotar afuera. No detuvo su asalto, y Ultrón apenas podía moverse un centímetro mientras su armadura humeaba y ardía al rojo vivo.

Junto a Visión, Thor y Iron Man aterrizaron pesadamente sobre el adoquinado. Un rayo atravesó el cielo despejado y surgió a través del martillo de Thor. Con un ruido estridente, salió disparado hacia delante y golpeó a Ultrón en el pecho. Iron Man extendió sus guanteletes. Unos cegadores rayos repulsores blancos se fusionaron con los rayos y láseres, y Pamela nunca pensó que oiría a un androide gritar de dolor. La propia carcasa metálica de Ultrón empezó a deshacerse y a fundirse a sus pies. Lo empujaron más y más hacia atrás hasta que cayó de rodillas.

La luz cesó y allí estaba Ultrón, no tan poderoso como antes. Estaba tal como había empezado: destrozado, fallando, luchando por moverse; sólo una máquina rota.

—Vaya —gimió, tratando de esforzarse para ponerse de pie—, viéndolo en retrospectiva...

El Increíble Hulk golpeó con su puño el pecho de Ultrón y el androide salió volando. Se volvió hacia el resto del legionario y rugió. Se dispersaron aterrorizados y saltaron al cielo.

—Intentan escapar —dijo Thor, jadeando por el esfuerzo.

—No podemos permitirlo —dijo Iron Man—. ¡Rhodey!

¡Oído!

Sin embargo, a pesar de la rápida respuesta de la Máquina de Guerra (bastante ansioso por destruir más robots de forma terapéutica en cierto modo), la Visión dobló sus rodillas y salió corriendo tras los legionarios de todos modos.

—O lo hará Visión —murmuró Pamela, ligeramente sostenida por Wanda, quien agarró su brazo suavemente.

—Imagino que heredó la capacidad para escuchar de Stark —se encogió de hombros Pietro desde el otro lado de Wanda, e incluso Pamela no pudo evitar reírse de la broma. (Volvieron a reírse cuando oyeron a Rhodey exclamar un sorprendido «Vale, ¡¿qué?!» por el comunicador cuando Visión desintegró de repente a todos los soldados de metal antes de que pudiera siquiera disparar).

Steve agarró con fuerza su escudo y se volvió hacia el equipo. Ceniza cubría su frente y oscurecía su cabello. Tenía un feo hematoma en la barbilla.

—Tenemos que irnos —hizo una pequeña mueca cuando habló, su mano se movió hacia su costado—. Ya noto el aire menos denso —señaló con la cabeza a Pamela, Romanoff, Barton y los gemelos—. Subid a los botes. Yo buscaré rezagados —ante el ceño preocupado de Pamela, agregó—: Iré detrás.

—¿Qué hay del núcleo? —Ojo de Halcón recogió algunas de sus flechas.

—Yo lo protegeré —decidió Wanda Maximoff. Se apartó de Pamela y subió valientemente al borde del núcleo. Se encontró con el ceño fruncido de Barton y asintió con la cabeza—. Es mi trabajo.

Clint también asintió, en su rostro se dibujaba un atisbo de sonrisa orgullosa. Wanda hizo lo mismo. Luego se giró hacia sus compañeros ex-agentes de S.H.I.E.L.D.

—Vamos —se echó el brazo de Pam al hombro para ayudarla, y el grupo emprendió el camino de regreso al helicarrier. El Capitán América salió corriendo no muy lejos de ellos, dando un revés a un legionario que intentaba arrastrarse hasta el núcleo sólo con las manos.

Wanda Maximoff los vio alejarse. Respiró hondo y decidida unas cuantas veces. Aunque el aire era enrarecido y se sentía mareada, se mantuvo firme.

El único que aún no se había marchado era su hermano.

—Sube a la gente a los botes —le dijo.

Terco como una mula, Pietro Maximoff fulminó con la mirada a su hermana gemela.

—No te dejaré aquí.

—¡Puedo apañármelas! —para demostrar su punto, Wanda Maximoff hizo explotar a un molesto soldado de metal con un meneo de manos—. Vuelve por mí cuando ya no haya nadie. No antes.

Su hermano apretó los dientes y vaciló. Ella alzó la voz, severa con él.

—¿Entendido?

Pietro Maximoff se rió entre dientes, preguntándose cuándo su hermana de repente había crecido tanto como para poder mandarle, sin importar que tuvieran la misma edad. Se detuvo en el borde de la iglesia y la miró con una sonrisa traviesa.

—Sabes, soy doce minutos mayor que tú.

Wanda se rió de él y sacudió la cabeza ante su insolencia.

—¡Vete! —dijo con una sonrisa.

▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃

YA SÉ LO QUE tengo que hacer.

Pam puso cara de incredulidad desde el asiento trasero del coche, agarrándose las costillas y haciendo todo lo posible por mantenerse consciente, lo cual era difícil porque, con Barton al volante, atravesando a toda velocidad las destrozadas calles de Sokovia, cada zanja y cada farola rota le producían un dolor punzante en todo el cuerpo.

—¿Qué? —soltó, molesta y confusa.

—¡El comedor! —dijo Clint Barton. Natasha Romanoff rodó los ojos, divertida desde el asiento del pasajero. Giró bruscamente a la izquierda y Pamela se preparó, apretando los dientes para amortiguar su gruñido de dolor—. Si me cargo la pared este, quedará un área de trabajo estupenda para Laura, ¿eh? Con un aislamiento. Ella no puede oír a los críos corriendo por ahí.

Romanoff se encogió de hombros.

—Vosotros siempre coméis en la cocina.

—Nadie come en el comedor.

—Yo sí —soltó Pamela, sin estar segura de por qué estaba tan ofendida.

—La isla sigue estando en la cocina —Romanoff le lanzó una mirada divertida por encima del hombro.

—Pero no está conectada a la cocina.

—Vale, céntrate en la semántica.

El coche de Barton derrapó hasta detenerse frente a los últimos botes salvavidas de S.H.I.E.L.D.. Hubo una explosión a su izquierda y, a través de los escombros y el humo, vieron a Hulk estrellar un coche contra otro en la distancia, incapaz de detener su desenfreno ahora que había empezado.

Clint miró a Nat.

—Tenemos poco tiempo —le advirtió.

Ella abrió la puerta del pasajero.

—Pues subíos a un bote.

La Viuda Negra rodeó el auto y salió corriendo hacia Hulk sin un solo aliento de miedo en su interior.

Ojo de Halcón salió y le abrió la puerta a Pamela.

—Vamos, Daniels —volvió a pasarle el brazo por encima del hombro y la levantó—. No es momento de holgazanear.

—Creo que tengo las costillas rotas —gruñó como respuesta mientras se arrastraban hacia el transporte.

—¿Sólo las costillas?

En cuanto sus pies tocaron el suelo metálico del transporte, Pamela casi se desmayó de alivio; ya había terminado. Lo había conseguido. Estaba a salvo y viva. Toda su adrenalina desapareció y se desplomó sobre el asiento en el que la había sentado Barton. Le sonrió y le apretó el hombro.

—Buen trabajo —le dijo él con orgullo.

Clint casi se unió a ella, ansioso por descansar los pies cuando un grito ahogado llamó su atención.

—¡Costel! —sollozó una mujer, tratando de liberarse de las atentas manos del paramédico. Su mirada buscó entre los escombros de la ciudad—. ¡Estábamos en el mercado! ¡Él está allí! ¡Costel!

Pamela se obligó a enfocar su visión. Allí, a través del humo y las llamas, lo vio. Un niño de no más de siete años atrapado en los mercados destruidos. Luchaba por salir de la zanja en la que había caído, sollozando desesperadamente llamando a su madre.

Barton respiró hondo. Bajó del transporte. El pecho de Pam se apretó.

—Clint, espera...

—Vuelvo en un segundo —le prometió antes de correr para ir hacia el niño.

Pamela observó cómo Clint saltaba sobre los escombros caídos y se agachaba junto al pequeño cráter del camino. Bajó las manos y tomó al joven por debajo de sus brazos, levantándolo sobre su cadera. El chico se aferró, temblando.

Los últimos civiles estaban subiendo a los botes. Steve buscó a Pamela mientras ayudaba a un hombre de mediana edad que cojeaba a sentarse. En el momento en que la encontró, a salvo con los demás, dejó escapar un suave suspiro de alivio.

Aunque ella no lo vio. Pamela se puso rígida en su asiento y sus ojos se abrieron cuando vio algo que se acercaba en el cielo. Su corazón y estómago dieron un vuelco cuando la punta del jet se abrió desde las nubes; el quinjet arrasó la pista y los escombros con disparos, y la gente gritó y se agachó para cubrirse.

¡CLINT! —chilló Pamela, incapaz de moverse.

Él y el niño estaban atrapados. Los disparos dividieron el aire y Ultrón viró el jet hacia ellos. Una segunda ronda de balas impactó en el suelo, levantando asfalto, piedras y tierra. No tenían adónde huir.

Ojo de Halcón apretó la mandíbula. Agarró al niño con más fuerza. Se volvió y se dobló sobre sí mismo, protegiendo al niño con todo su cuerpo mientras las balas se acercaban. Pamela gritó.

Pero cuando por fin se disipó el humo y el jet se alejó a toda velocidad, Clint estaba... vivo. Frunció el ceño, mirando al niño que gimoteaba, petrificado en sus brazos; no tenía ni un rasguño ni una melladura.

Miró por encima del hombro y su corazón se abatió.

Pietro Maximoff se balanceó un poco sobre sus pies. Gimió, aturdido y algo confuso, mientras se miraba a sí mismo. Vio cómo el rojo carmesí se abría paso lentamente a través de su camisa térmica azul... tenía todo el cuerpo plagado de agujeros de bala. Levantó la vista y se encontró con la mirada rota de Clint. Logró esbozar una última sonrisa traviesa.

—¿No lo has visto venir?

Se desplomó. Su cuerpo golpeó el suelo con un estrépito que incluso Pamela sintió desde el transporte, calando hondo en sus huesos y helándola hasta la médula.

Quedó tendido sobre los escombros de su hogar y Pietro Maximoff no volvió a moverse.

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